Este espejo llegó a nosotros en una mudanza de hace unos años (de ese lote de muebles maravillosos que nos quedamos de la casa de mis suegros). Su estado original era impecable, a no ser por las numerosas capas de barniz (y sus respectivos churretones), algunos agujerillos y un pequeño golpe en la parte de abajo, pero casi ni se nota porque queda disimulado con la parte trasera. Se puede decir que estaba en perfectas condiciones tal y como estaba, pero con este aspecto encaja mucho mejor en nuestra casa, ¡y a mí me gusta muchísimo más!
No ha llevado demasiado trabajo. Fue lijado suavemente para quitarle las marcas de las capas de barniz anteriores y luego pintado con pintura en spray en color plata, finalizando con una pátina de betún de judea. Ya ves el resultado. En realidad es el segundo espejo que habita en nuestra casa con este acabado y es que nos gusta mucho lo elegante que luce, además de combinar bien con muchos estilos decorativos.
Antes había un cuadro en su lugar (recuerdo de un viaje). Ahora, aunque menos colorido que su predecesor, este espejo aporta un poco más de estilo a nuestro salón, y una sensación de amplitud (ésa que dicen que aportan los espejos). Las próximas navidades haré algún adorno especial para que cuelgue delante de él. No he decidido aún el qué pero quizá algo como esto. Me encanta. ¡Feliz fin de semana! A mí éste finde me toca seguir trabajando en mi taller (¡espero enseñártelo pronto!).