En un par de meses hará un año que vivimos a caballo entre dos islas. La Isla que nos acoge no nos trata del todo mal (jejeje) aunque está claro que "como en casa en ningún sitio". Hace unos días una compañera de trabajo de mi pareja (que se encuentra en la misma situación que nosotros) le comentaba que al volver a su casa ya no la sentía como tal, que ya no sentía que fuera su hogar. La verdad es que me ha sorprendido mucho tal afirmación, porque cuando nosotros volvemos a casa casi podemos rozar el cielo con los dedos (quizá parezca cursi y exagerado, lo sé, pero es que no sabría cómo expresarlo mejor).
Hace poco más de cinco años que vivimos en nuestra casa. A lo largo de este recorrido nos hemos esforzado mucho por conseguir que nuestra casa se convirtiera en un HOGAR, en el que nos sintiéramos cómodos y en paz. Queríamos crear un espacio que nos resultara acogedor, que reflejara nuestra personalidad, que se adaptara a nuestras necesidades y espacios, y en el que también encajaran esas piezas, muebles u objetos que tenían un significado más especial para nosotros.
Después de un fin de semana en casa, regresamos anoche con caras tristes. Incluso Golfo se siente desubicado a veces. En ocasiones uno piensa (en plan "si me tocara la lotería...") viajaría por el mundo y viviría en un lugar diferente cada mes, porque hay lugares preciosos en los que vale la pena permanecer más que unas cortas vacaciones. Y esa sería con diferencia la mejor experiencia de la vida, aunque también creo que, al final, uno quiere regresar donde siente que está su hogar.
¡Feliz martes! (aunque para mí es como si fuera lunes...)
¡Feliz martes! (aunque para mí es como si fuera lunes...)
Jessica Rose |
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